En medio de la declinación de los campos de La Guajira, una de las alternativas de abastecimiento es la planta de regasificación en Buenaventura.
Foto: Jaime Moreno / Archivo EL TIEMPO
Columna de Astrid Álvarez, presidenta del Grupo Energía de Bogotá.
No son muchos los ránquines en los que Colombia se pelea los primeros lugares con la crema y nata de los países con mejor calidad de vida del mundo.
Hasta hace poco, nuestro gran orgullo era ser uno de los países con mayor biodiversidad. Algo extraordinario que nos tocó en suerte por la estratégica ubicación de nuestro país.
Pero ahora estamos descollando en otro ranquin crucial para el desarrollo: el Índice de Desempeño de Arquitectura de la Energía del Foro Económico Mundial.
En esta clasificación nuestro país ocupa el octavo lugar y figura al lado de países como Suiza, Suecia, Noruega, Dinamarca, Francia, Austria y España.
Esto quiere decir que somos uno de los países de mejor desempeño en transición hacia sistemas de energía más sostenibles, asequibles y seguros.
Entre otros avances, Colombia logró una gran revolución con la masificación del gas natural en los últimos 10 años. En los años 90, los hogares colombianos cubrían la mayoría de sus necesidades con electricidad y leña (50 por ciento y 20 por ciento, respectivamente).
Hoy utilizan gas más de 9,3 millones de hogares del total de 12 millones del país.
Ha sido una revolución silenciosa: en cosas cotidianas, como preparar la comida, que cuesta 30 por ciento menos si se utiliza gas natural; o en asuntos de más hondo calado, como el material particulado que se ha convertido en dolor de cabeza y ha obligado a imponer un pico y placa ambiental en Bogotá, Medellín y Bucaramanga.
Pues resulta que el gas natural, prácticamente, no produce emisiones de ese material particulado. Si los 550.000 vehículos a gas que hoy circulan en Colombia se multiplicaran, se diluirían esas nubes negras.
El llamado que quiero hacer es que si queremos que el gas siga convirtiéndose en motor de desarrollo, tenemos que ponernos manos a la obra porque necesitamos garantizar su suministro y confiabilidad por muchos años. Lo bueno que hoy tenemos no está garantizado de por vida.
Hoy, según cifras de la Unidad de Planeación Minero Energética (Upme), las reservas probadas de gas alcanzan para 11 años. El potencial es muy grande y se podría más que duplicar en los próximos años, llegando a más de 9.000 gigapies cúbicos (hoy las reservas son de 3.900 gigapies cúbicos).
Pero si no hacemos nada podemos caer en el desabastecimiento. La ministra María Fernanda Suárez, que ha demostrado ser una excelente cabeza del sector, lo tiene muy claro.
La producción de los campos de La Guajira, que en su momento nos permitieron la primera revolución del gas, ya está declinando. El Gobierno está estudiando varias alternativas. Pero quiero hacer énfasis en la necesidad de construir nueva infraestructura de gas en el Pacífico: la instalación de una planta regasificadora —para atender el 60 por ciento de la demanda— y la construcción de un gasoducto entre Yumbo y Buenaventura.
Eso sería un verdadero gana-gana para el país. La regasificadora garantiza seguridad energética frente a fenómenos del Niño (ya sabemos cómo pueden ser de catastróficos) y crea más y mejor empleo para una región que lo necesita tanto.
Alguna vez le preguntaron a Bill Gates qué haría para reducir la pobreza en el mundo. Y él respondió que “invertir en maneras más innovadoras de generar energía más limpia es lo más importante que podemos hacer en el mundo”.
Sin duda, eso aplica para Colombia, donde todavía tenemos cerca de 1,5 millones de hogares que usan leña o carbón para preparar los alimentos y más de la mitad del material particulado viene de vehículos que se mueven con energías altamente contaminantes. Tenemos, sin duda, una gran oportunidad.
ASTRID ÁLVAREZ
Presidenta del Grupo Energía Bogotá
Tomado de El Tiempo